El egoĆsmo puede costar caro
- Gustavo Fingier
- 31 mar 2018
- 1 Min. de lectura
Actualizado: 22 ago 2018

Atilio era un buen hombre que vivĆa en un pueblo lejano. Su situaciĆ³n era humilde, pero le alcanzaba para alimentar a su familia.
Se movilizaba a pie por los pueblos vecinos y el suyo ofreciendo sus servicios. Depende donde iba tenĆa hasta tres dĆas de viaje en el cual llevaba unas pocas herramientas y ropa en una pequeƱa bolsa.
En algunos pueblos se habĆa hecho de amigos, de hecho a veces comĆa y dormĆa en sus casas.
Un dĆa casi llegando al pueblo de MalaquĆ©, a dos dĆas y medio de su casa entro en un lago a refrescarse. Para su asombro encontrĆ³ que en Ć©l habĆa una gran cantidad de monedas de oro, se veĆan cientos, quizĆ”s mĆ”s. En un aƱo a veces no llegaba a ganar el valor de una.
Primero pensĆ³ en ir hasta MalaquĆ©, a solo media hora de viaje y pedirle a Eugenio, uno de sus mejores amigos, que le preste su carreta para cargarlas y llevarlas a su pueblo, pues serĆa imposible hacerlo a pie. Pero se dio cuenta que tendrĆa que compartir, al menos algunas, con su amigo.
Para no despertar sospechas decidiĆ³ tomar dos de ellas y regresar a su pueblo, donde comprarĆa una carreta para luego volver por el resto. Y asĆ lo hizo.
A los tres dĆas estuvo nuevamente en el lago, pero para su desgracia las monedas ya no estaban.
āSi hubiera resignado algunas de ellasā, pensĆ³, pero ya era tarde.